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Coppola Vs. Puzo: «El Padrino» como punto de encuentro vital

  • Foto del escritor: escine
    escine
  • 6 jul 2020
  • 5 Min. de lectura

Comencemos de atrás para adelante. Hablemos primero de Mario Puzo y su literatura basada en hacer cotidiano, cercano, y hasta lógico, a la maldad humana y sus miserias (que lo puede emparentar con Dante y sus círculos). Partamos de la dirección de una película que no envejece, y no ampliemos, por favor, el diafragma hasta la trilogía porque no nos alcanzaría el espacio para escribir, solo veamos la primera, la única basada enteramente en el libro que, no solo modificó la manera de escribir sobre el crimen, sino que inclusive la forma en que se veían y manejaban los mismos matones a los que ilustra.



Francis Ford Coppola, director y co-guionista, conviene destacar que es también italiano nacido en América como Puzo, almuerza con toda su familia -cómo no podría ser de otra manera- los domingos pasta con salsa de tomate hecha por la mamma como a su vez lo hacía en la patria lejana la nonna. Primero el olio, luego el aglio cuidando que no se queme para que este impregne de su sabor a todo lo que toque el aceite luego. Metódico y nostálgico por un tiempo pasado que suele ser mejor y que se ve en casi toda su filmografía, siempre quiso hacer un retrato de lo que nunca vio pero sí que vivió en las conversaciones de los domingos en el momento del aperitivo con café negro cargado y grappa alrededor de la mesa. La memoria de Italia. La unión y el lazo de sangre con la nostalgia. Lo encontró en un libro como vehículo de pertenencia y que homenajea al crimen alla italiana como ninguno.


El joven Coppola es de la mejor generación norteamericana de directores de la historia, esa que confluyó en UCLA a estudiar cine con George Lucas y Steven Spielberg, y coincidió en algún momento en las fiestas con un lisérgico Jim Morrison que jugaba a ser el poeta eléctrico que al final fue. Junto con Martin Scorsese y Brian de Palma formarán algún día el panteón de los directores que replantearon la manera de hacer cine americano, con el permiso de Kubrick. De todo este caldo primitivo, pero sofisticado, el quizá más talentoso de los años 70 cocinó «El Padrino»… olio, aglio, pomodoro.


El libro y la película dibujan un arco simétrico, un reflejo en un lago que se asemeja a la vida con total precisión, por eso es una de esas películas o libros que no importa cuando se lea -o se vea- siempre madura y envejece perfectamente las lecciones que tienen sentido, siempre en un momento determinado. El texto está escrito de manera pura, sencilla y llana, siciliana en toda su extensión. Puzo jamás hubiera ganado un Nobel, pero tuvo el respeto de mucha gente y eso también vale. Habla de las personas duras, laboriosas que quieren lo mejor para su prole o que huyen de los dominios feudales de camorreros que cobran derecho a todo y cambian la leche de cabra,las aceitunas de la península y la suave brisa del Mediterráneo por unas islas cuadriculadas, frías y la ilusión de una libertad figurada en una estatua en el río Hudson que siempre es más pequeña de lo que se la imaginaron. Habla de crimen como salida a todo, tema fetiche y llevado a la perfección en muchos de sus libros, como la brillante historia novelada de los Borgia. Volviendo a la película, hasta ese tono de destierro obligado se ve perfectamente en el clasicismo que destila la filmación con su luz tenue, amarilla, atemporal, cálida. Como los recuerdos de la niñez que no volverán.


La suma de las virtudes y los pecados humanos está reflejada en sus personajes, quienes sin agobiar ni necesitar de un códex para saber quién es quién― todos son tan cercanos o parecidos a alguien que conocemos,incluso a nosotros mismos― se aprovecha de la misma naturaleza vital y poliédrica de estos para adentrarse en nuestra mente y generar un espejo para compararnos y no dejarnos jamás. Podemos tener el poder sereno del Padrino Vito, todo control y protección de su familia ante las situaciones, o pasamos a la impulsividad colérica y ciega de Sonny. Quizá todos tenemos un primo muy Freddo, una tía Connie o alguien tan determinante como Tom, el adoptado. El poder materno, silente, gravitatorio y omnipresente es mamma Corleone, quien da la impresión de siempre tener comida en el horno esperando a que lleguemos luego de un largo día. Inclusive hay tratados serios que plantean si uno es más Michael o más Vito, en ese sino shakesperiano del ser o no ser que nos confronta y apremia a tomar partido por alguno de los dos y, como lo quiere Puzo, la trampa es que nos lleva en el texto de la misma forma que lo representa Coppola, a terminar por comprender y aceptar como válido que la crueldad, la saña y el dolor son inherente a todas las almas por muy buenas que parezcan y que es algo completamente inevitable. Empatizamos, más o menos, con Michael, pero jamás le odiaremos porque su tormento es el nuestro y sabemos que tenía que hacer lo necesario. También amaremos por siempre a Vitoy, con ello, se nos olvida que era un matón y lo prefiguramos convertido en una buena persona solo porque es hombre de familia y padre dedicado. O no, pero si entendemos que el sentido de la palabra honor, inclusive para los más monstruos que la entienden, los eleva a un nivel superior. Vito cultiva el honor, no cobra los favores a sus amigos que lo llaman padrino ― vínculo sagrado entre el cielo y la tierra― pero que de igual manera exige reciprocidad en la lealtad.

El impacto de esta película, fiel reflejo del libro y quizá el más atinado de los Óscar entregados a la adaptación de un guion, ha dado pie a muchísimos clásicos que lo único que hacen es volver a la raíz y hacerla más de culto, más reflexiva, más humana con sus dramas y nudos gordianos a los que nos enfrenta. De aquí han bebido y visitado clásicos como De Palma, Tarantino y Scorsese mil veces quien, sin empacho, la homenajea en «The Irishman», su monumental y particular memento mori mafioso.


Al final de cuentas esto no va del bien ni del mal, va de las personas y las zonas grises, de los códigos de camerino, de la ropa sucia que se lava en casa― la ley del omertà―, de las reglas no escritas de un juego llamado vida, en donde todo el mundo tiene un precio, en donde el que la hace la paga y que nada es personal sino sobrevivencia. Se lo recuerda Vito a Sollozo en una reunión memorable y que casi le cuesta la vida. Solo es cuestión de negocios. Y así debe ser, hasta en las últimas consecuencias.


Hay un momento en que todos los mafiosos esperan el toque de corneta para hacer la guerra, revancha de Sonny por el convaleciente Vito, lo cual Tom desaconseja, pero ya sabemos que así es Sonny, puede con el plomo y la sangre. En la escena, Mike taciturno piensa en su novia rodeados de los que van a salir a la batalla en Brooklyn -Ave, Caesar, morituri te salutant-. Todos los demás tienen hambre, él no. El amigo desde siempre de su padre, Pete Clemenza esta con la tropa y cocina para todos. Pasta para los chicos y llama a Michael, porque un día le tocará a él hacerla y en el calor de la hornilla le explica cómo se hace la guerra mientras le da la receta: olio, aglio, pomodoro… salsiccia e polpetta. Todo a fuego lento Mike, no te olvides que todo se hace a fuego lento, inclusive lo que está por pasar. Coppola cerraba el círculo de Puzo y volvía a casa el domingo a almorzar.


Óscar Rojas

@oscarello1

Óscar es una serie de personas interesantes, entre las que hay un rockero que formó su propia banda, un chef amateur, un lector asiduo y un cinéfilo nato.

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