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Perdí mi cuerpo (2019)

  • Foto del escritor: escine
    escine
  • 3 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

He pensado que no me gustan las películas de animación “para adultos”, digamos. Tampoco soy afín al animé, que es el género más similar, pero decidí ver esta porque me la recomendó alguien a quien admiro mucho y, después de todo, el cine también es una aventura de exploración, ¿cierto?



Y bueno. No solo me la recomendó alguien que es conocedor, sino también esta animación francesa tiene buen respaldo. Fue nominada al Óscar por mejor animación, recibió el premio de la Semana Internacional de la Crítica, así como el Annie a mejor película independiente y el Cristal al mejor largometraje animado de Annecy. Inclusive, su guion fue escrito por Gillaume Laurant, escritor del guion de Amélie, probablemente la película francesa más popular entre los cinéfilos.


También es cierto que este filme, dirigido por Jérémy Clapin, se siente como una constante aventura de descubrimiento. Imagina que te dan un regalo con decenas de envoltorios… continúas removiendo capas, mientras tu mente no cesa de elaborar hipótesis, de querer explicar lo que ves... pero no te molesta. Porque cada envoltorio te fascina, es un regalo para tus sentidos. Así es Perdí mi cuerpo, una película en la que los sonidos, los recuerdos y la luz también son personajes que deben apreciarse.


Quizá lo más difícil de Perdí mi cuerpo no es empezar a verla sino terminarla. No solo por la lentitud del ritmo, que es algo a lo que uno debe acostumbrarse en el cine serio, sino porque empieza de una forma especialmente estremecedora: una mano humana que parece querer escapar de la casa de su asesino. El hilo de la historia continúa jugando con nuestra mente, sugiriéndonos escenarios trágicos e inconexos al inicio. Sin embargo, el mérito de una historia está precisamente en el ángulo desde el que se la cuenta. Porque, como diría un titán de la literatura latinoamericana, Juan Rulfo: “no existen más que tres temas básicos: el amor, la vida y la muerte”. No puede escribirse ni mostrarse algo nuevo que diste de estos temas que dan forma a nuestra humanidad, y por ello, encontrar una perspectiva y una voz nuevas son el mayor desafío para narrar. Perdí mi cuerpo definitivamente es sobre el amor, la vida y la muerte. Y como un bono, también nos regala una perspectiva diferente de la Ciudad de la Luz. Una no tan romántica ni privilegiada tal vez, pero luminosa de todas formas.


No podemos pretender que el arte tenga “moralejas” o enseñanzas, pero este largometraje francés ciertamente nos recordará que la ilusión, la esperanza y la belleza son posibles, aun después de la tragedia (algo que no está demás nunca, pero especialmente cuando estamos sintiendo que el futuro es incierto). Quizá la ordinaria vida de Naoufel, el protagonista, también nos afirme cómo son los detalles, que solemos ignorar, los que nos hablan más fuerte de amor cuando las personas que amamos ya no están y cómo, no importando las circunstancias, una vida que se asegura que los de su alrededor se sienten amados nunca será un desperdicio.


Así que, espero no haber realizado un spoiler. A mí casi no me molestan cuando se trata de películas, pero me afecta cuando son de novelas o cuentos porque allí sí me gusta desenvolver y descubrir la trama a mi propio ritmo. De la misma forma, creo que este filme solo se disfruta como un viaje de exploración: es mejor si no se sabe completamente qué esperar. Si se me permite darles una pista, diré que es mejor tomarla como una travesía que busca la luz y la esperanza en medio de la oscuridad, porque solo buscar entender la historia nos hará perdernos de los detalles más valiosos. Algo así como la vida.



Hanna Orellana Beitze


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