Temporada de patos (2004)
- escine
- 10 abr 2020
- 4 Min. de lectura
Quizá Del aburrimiento y de la ironía de la adultez hubiera sido un título más descriptivo de lo que sucede en este largometraje mexicano, dirigido por Fernando Eimbcke, que me parece que está infravalorado.

Yo misma empecé a infravalorarla desde que mi amigo me dijo que estaba en YouTube y me mandó el enlace. Peor aún, porque el título del video decía “comedia” y pensé que podría ser una de esas películas mexicanas que pretenden dar risa y no lo hacen. Pero luego, cuando empezaron a pasar las escenas en blanco y negro, con encuadres excelentes y el característico ritmo lento de las películas que valen la pena, decidí tomármela en serio. Y aunque debo admitir que llegó a aburrirme a ratos, fue hasta después, cuando la discutimos con el amigo al que le prometí verla, que su verdadero valor salió a relucir a través de sus potentes simbologías.
Creo que llegó a aburrirme precisamente por uno de sus elementos más importantes: el tiempo. Solo se cuenta el tiempo, y por ello nos damos cuenta que pasa, al principio de la película y al final: domingo, 11 a.m. y domingo 8 p.m. Moko acompaña a su amigo Flama en su casa, porque su mamá sale a visitar a una tía. En el transcurso del día, la electricidad se va porque parece que la empresa eléctrica arregla el circuito, así que su plan original de jugar videojuegos y comer pizza se arruina. En parte. Porque deciden que igual pedirán pizza y es a raíz de ello que, en una tarde que parece eterna, se les une el repartidor, Ulises, y un poco antes, Rita, una vecina adolescente que pide prestado el horno.
Pienso que el hecho que la fotografía esté en una escala de grises cumple dos propósitos: 1) ambientarla en una época anterior a la televisión a color y 2) que nos sea imposible ver el trayecto del sol a través de los ventanales del apartamento en el que están los personajes. Todo es estático. Toda la acción ocurre dentro del apartamento, pero al mismo tiempo, nada ocurre. Se asume que el tiempo pasa porque los adolescentes cambian de actividades, pero la tarde nunca llega a su fin. Me pareció que es justo como se vive el tiempo durante la niñez: el tiempo y las cosas pasan, le pasan a los demás, pero no te pasan a ti, solo esperas a que las horas del aburrimiento acaben.
El tiempo es también uno de varios símbolos que, no solo enlaza la niñez con la adultez, sino también desafía nuestra percepción de la vida como adultos. Vemos la película y estamos pensando constantemente qué hora es, como lo hacemos en nuestra rutina. Inclusive, cuando pasa el tiempo y Ulises no vuelve a su trabajo, nos estresamos porque sabemos que lo que cualquier adulto funcional sabe: perderás tu trabajo y encontrar otro no es tan fácil. Aunque seas un repartidor de pizza. El que Rita haga un desastre sinfín en la cocina también subraya la falta del adulto en casa y uno no puede dejar de preguntarse: “oh vaya, ¿qué dirá la mamá de Flama cuando vuelva al apartamento y lo encuentre así?”. Y el que también Rita pruebe su suerte para adivinar el color de las golosinas y así pedir un deseo, pero no logre ni una de 385 hace arder una esquirla para nosotros, los adultos: la realidad es que no podemos hacer de ella lo que queramos, por más que lo intentemos.
El único adulto allí es Ulises y casi solo lo vemos actuar tal cual cuando se preocupa de la herida de Flama, con quien previamente ha estado dramatizando una lucha de poder, tal como en el mundo de los adultos. Y aunque no hay figuras de autoridad en la película, podemos hablar de cuatro niños rotos que están allí, compartiendo soledad y tragedias, porque han empezado a afrontar el terrible mundo de los adultos. Descubrimos que Rita hace un pastel porque nadie en su casa ha recordado que es su cumpleaños, que los padres de Flama están a mitad de un divorcio muy tormentoso, que Ulises es un etólogo que no encontró trabajo nunca y tuvo que hacer cualquier cosa para ayudar a su tía. Y aunque no terminamos de saber mayor cosa de Moko, o Juan Pablo, lo vemos encarar un conflicto de identidad: su sexualidad.
Así, el filme se llama Temporada de patos porque así se llama el cuadro que cuelga sobre el televisor de la familia de Flama, que suscita una discusión de lógica y probabilidad entre ellos, así como una reflexión acerca de cómo los patos se ayudan a volar entre sí al volar en V, y aunque no lo dicen, cómo cada uno de los personajes anhelan dejar de sentirse solos ante los vientos que los azotan y saberse parte de una bandada.
Seguramente, si continúo buscando e interpretando los simbolismos de los personajes desde sí mismos y hacia la realidad, seguiría encontrando piezas valiosas. Sin embargo, las que tengo me hacen sentir acerca de Temporada de patos como cuando veo una casa abandonada, sucia y asfixiada por las ortigas; un vacío en lo profundo del estómago: el abandono. Me parece triste que nadie haya reclamado los derechos de la película para no seguir siendo compartida impunemente en YouTube, como si dijesen: “bueh, a lo mejor así alguien pueda apreciarla”. Y quizá por eso mismo, mi amigo insistió en que, al discutirla y analizarla, yo pudiera ver más allá de los abrojos en las paredes (entre ellos, la etiqueta errónea de “comedia”, a menos que sea la original del teatro griego), y verla como una casa abandonada que aún tiene mucho por dar (que no es que no haya sido elogiada, fue reconocida por premios Mayahuel, Fripesci y Ariel). Así que, véanla, pero no solo se queden allí, desentrañen los símbolos detrás de los brownies, los patos, las uñas postizas y hasta las Freskas.
Hanna Orellana Beitze
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